No se conformó con aplicar normas: quiso entender cómo se crean, cómo evolucionan y cómo pueden adaptarse a los retos del mundo digital. Elena Gil González es abogada especializada en Protección de Datos, Inteligencia Artificial e Identidad Digital, además de fundadora de Data Guardians y creadora de TechAndLaw, un proyecto que traduce el lenguaje jurídico en conciencia ciudadana. En esta entrevista recorre su trayectoria desde los grandes despachos hasta el emprendimiento legal, habla del valor de proteger los derechos digitales, los desafíos éticos de la inteligencia artificial y el papel urgente que deben tener las mujeres en los espacios donde se diseña la tecnología del futuro. Una conversación que demuestra que también desde el Derecho se puede innovar, cuestionar y abrir camino.
Tu carrera une el derecho con la tecnología, ¿cómo descubriste esta combinación y qué te atrajo de ella?
Siempre me atrajo el lado del Derecho que no era solo Derecho, el que conectaba con el mundo real y no era solo lo sacado del BOE.
Empecé en propiedad intelectual, pensando que era la vía más innovadora, pero pronto vi que no era lo que imaginaba. En ese momento hablé con un mentor que me introdujo al mundo de los datos personales y el big data… y ahí se encendió la chispa. Me pareció fascinante, casi adictivo: un campo donde el Derecho todavía está escribiéndose.
Has trabajado en grandes bufetes y multinacionales tecnológicas en distintos países. ¿Qué aprendizajes te llevaste de esas experiencias internacionales?
De los despachos me llevé el estándar de excelencia: aprender que cada detalle importa, que el rigor no es opcional. Esa exigencia que creas desde el inicio te acompaña toda la trayectoria profesional.
De la empresa tecnológica multinacional donde era Directora Legal, todo lo contrario: la necesidad de moverse rápido, tomar decisiones con un 80 % de información y aprender a convivir con la ambigüedad. Me enseñó que el mejor análisis jurídico es irrelevante si no se traduce en soluciones útiles para el negocio.
¿Qué te impulsó a crear Data Guardians y qué significa para ti liderar una boutique jurídica especializada en derecho digital?
Siempre admiré a quienes emprendían. Lo vi en casa y también en mi entorno cercano. Pero hubo un momento en que admirarlo desde fuera ya no era suficiente. Sentí que había llegado el tiempo de construir algo propio, con visión, valores y propósito.
Dejar mi puesto fue una decisión valiente, pero tener como socio a Eduard Blasi —con quien comparto visión y admiración mutua— lo convirtió en un salto acompañado. Liderar Data Guardians es, para mí, liderar una forma distinta de hacer Derecho: estratégica, clara y útil en un mundo digital que no espera.

Como divulgadora en redes sociales a través de TechAndLaw, ¿qué papel juega la comunicación en la defensa de los derechos digitales?
Un papel fundamental. Durante años hablé en congresos, publiqué artículos y libros, pero siempre llegaba a los mismos: juristas y técnicos.
TechAndLaw (@techandlaw.lab en redes) nació con un propósito claro: traducir la complejidad normativa en conciencia ciudadana. En formatos de un minuto, en lenguaje claro, en plataformas como Instagram o TikTok. Y no es fácil, porque simplificar sin banalizar es un reto.
Pero merece la pena. Gracias a eso he conectado con gente muy diversa, y he descubierto una nueva forma de hacer pedagogía legal.
Tus libros «Big Data, Privacidad y Protección de Datos» y «Interés legítimo para el tratamiento de datos personales» han sido reconocidos por su innovación. ¿Qué te inspiró a escribir sobre privacidad, big data e interés legítimo?
Mi primer libro, de 2016, nació como una tesis de máster, impulsada por ese mentor que me habló de big data. Lo que empezó como un trabajo académico fue creciendo hasta recibir un accésit del Premio de la AEPD, y finalmente se convirtió en un libro. Fue sucediendo de una forma muy orgánica.
Ese libro ya contenía una crítica que mantengo hoy: abusamos del consentimiento como comodín legal, incluso cuando no tiene sentido. En entornos tecnológicamente complejos, ni leemos ni entendemos.
De ahí surgió el segundo libro. Me pregunté: ¿si no es el consentimiento, entonces qué? Me lancé a explorar el interés legítimo, una figura poco usada entonces. Dudé si tendría sentido… Hoy es estándar en muchos tratamientos complejos, incluyendo IA. Ese segundo libro recibió el premio de innovación tecnológica. Todo empezó con una pregunta incómoda.

En un mundo digital cada vez más complejo, ¿qué desafíos éticos y jurídicos crees que debemos afrontar con mayor urgencia?
El primero, recuperar el valor de nuestros datos. Hoy se recolectan masivamente, gratis, y se convierten en productos que luego nos venden… sin que tengamos voz ni beneficio en el proceso. Nos cegamos por la innovación y perdemos de vista que tenemos un papel esencial en el ciclo.
El segundo, exigir tecnologías más alineadas con nuestros derechos: privacidad, autonomía, no manipulación. Nos hemos acostumbrado a que todo lo digital sea adictivo, invasivo o intrusivo como parte del modelo. Pero no tiene por qué ser así.
Podemos y debemos pedir otra forma de hacer tecnología.
¿Qué te gustaría cambiar del ecosistema tecnológico actual para que sea más justo e inclusivo desde una perspectiva de género?
Cambiaría tres cosas:
Los sesgos invisibles. Muchas herramientas —especialmente las basadas en IA— se entrenan con datos históricos que perpetúan desigualdades.
La brecha de participación de las mujeres en los espacios de decisión. Las mujeres siguen infrarrepresentadas en los espacios donde se decide cómo se diseña, regula y monetiza la tecnología. Cambiar esta realidad requiere de referentes visibles, redes de liderazgo femenino y una transformación estructural de los modelos de gobernanza digital.
Las violencias digitales de nueva generación. El uso de inteligencia artificial para generar deepfakes sexuales sin consentimiento es una forma de violencia. Necesitamos marcos jurídicos claros, mecanismos eficaces de retirada y reparación, y una respuesta coordinada entre plataformas, legisladores y operadores jurídicos.
¿Tuviste algún referente femenino que te inspirara a imaginar que este camino era posible?
Sí, y además he tenido la suerte de que algunas de esas referentes hoy son amigas. Al principio las admiraba desde la distancia, leía sus artículos, seguía sus intervenciones en congresos… y soñaba con algún día poder formar parte de ese ecosistema.
Con el tiempo, la vida —y el trabajo— me ha permitido no solo conocerlas, sino trabajar junto a ellas, compartir espacios, dudas, logros y conversaciones sinceras. Romper esa barrera entre “referente” y “colega” ha sido un regalo. Un recordatorio de que los vínculos también se construyen desde la admiración mutua.
También me han inspirado mujeres de mi entorno más próximo, como mi madre, que emprendió cuando aún no se hablaba de conciliación ni de liderazgo femenino. Verla construir sin referentes, solo con coraje y determinación, me marcó profundamente.
¿Cómo crees que podemos acercar a más niñas a profesiones como la tuya, donde el derecho y la tecnología se unen para proteger derechos?
Mostrar el Derecho Digital. No es ni friki ni deshumanizado, es transformador, divertido, desafiante por la velocidad a la que va. El reto está en contar mejor lo que hacemos: no hablamos solo de normas. Por ejemplo, protegemos a las personas de abusos algorítmicos.
Incluir referentes reales y cercanos. Iniciativas como la vuestra son muy útiles, y estoy tremendamente agradecida de que me hayáis podido llamar.
En mi día a día no pienso en que puedo ser un referente para mujeres más jóvenes y pararme a pensar que puede ser así me hace mirar atrás con mucha alegría. Pensar que además de trabajar por llegar a mis propias metas podría abrir camino para que otras lleguen más lejos es algo que hace unos años no se me habría ocurrido.

A las niñas que hoy sueñan con cambiar el mundo usando la tecnología, ¿qué mensaje o consejo les darías desde tu experiencia?
A ellas les diría: que no se dejen encasillar. La tecnología no es solo para quienes programan. También es para quienes la cuestionan, la rediseñan, la humanizan.
La tecnología no es neutra. Por eso, necesitamos voces como la suya: valientes, críticas, comprometidas. Voces que pregunten cómo lo hacemos más justo.
Que no teman estudiar lo técnico, pero que tampoco abandonen lo humano. Que aprendan las reglas, sí… pero que no olviden que también pueden reescribirlas.