Natalia Rodríguez es una de las voces más relevantes en el uso de la inteligencia artificial con impacto social. Ingeniera de Telecomunicaciones y exjugadora de la Selección Española de Baloncesto, ha unido su pasión por la tecnología y su experiencia en el deporte para crear soluciones que mejoran la vida de las personas. En esta entrevista repasa su trayectoria: desde el momento personal que la impulsó a fundar Saturno Labs hasta proyectos como Lulú, donde la tecnología se convierte en una herramienta para cuidar. Reflexiona sobre el valor de la diversidad en los equipos, la importancia de tener referentes femeninos en ciencia y tecnología, y cómo la innovación, cuando nace desde la empatía, puede transformar vidas de verdad.
Natalia, pasaste de jugar en la Selección Española de Baloncesto a fundar un laboratorio de innovación tecnológica. ¿Qué aprendizajes del deporte se han convertido en tus mejores aliados en el mundo de la ingeniería?
Muchos más de lo que parece a simple vista. Pasar de la Selección Española de Baloncesto a fundar un laboratorio de innovación puede sonar como un cambio radical, pero en realidad hay un hilo muy directo que une ambas etapas: la mentalidad.
El deporte de alto nivel te enseña desde muy joven a convivir con la presión, con la incertidumbre, con el fracaso… y a seguir. A levantarte después de un partido horrible, a entrenar cuando no te apetece nada, a trabajar en equipo aunque no pienses igual que el resto. Todo eso, que parece muy de vestuario, es exactamente lo que te encuentras también en el mundo de la tecnología.
Cuando estás desarrollando algo que no existe, lo normal es que no salga a la primera. Y ahí es donde esa mentalidad de “venga, una más” que te da el deporte, marca la diferencia. También aprendí a leer el juego, a anticiparme, a confiar en los demás… y eso me ha ayudado muchísimo como líder de equipo. En Saturno Labs no vamos de genios solitarios, sino de gente buena que rema junta. Y si algo me dejó el deporte para siempre, es que ningún talento sirve si no sabes jugar en equipo.
Además, el deporte te da una capacidad brutal de concentrarte cuando hace falta y de relativizar cuando todo parece ir mal. Y eso, en innovación, es oro puro.
Has dicho que Saturno Labs nació de una experiencia personal muy intensa. ¿Cómo lograste transformar ese momento tan delicado en una fuente de inspiración para ayudar a otras personas desde la tecnología?
Sí, Saturno Labs nació a raíz de una experiencia personal que me cambió la forma de ver muchas cosas. Viví una situación que me tocó de cerca y me hizo empatizar con realidades que antes conocía solo de lejos: la dependencia, la salud, la falta de herramientas adaptadas a las personas que más lo necesitan.
Ahí fue cuando me di cuenta de que desde la tecnología se podía hacer mucho más que optimizar procesos o crear productos llamativos. Se podía —y se debía— ayudar de verdad. Y pensé: si tengo la formación, el conocimiento y la energía para intentarlo, ¿por qué no hacerlo?
Ese fue el punto de partida. Quería que Saturno Labs fuera un lugar donde usar la inteligencia artificial y la innovación con un propósito claro: mejorar vidas. Y desde entonces, eso ha sido el centro de todo lo que hacemos. Además, la empresa tiene un componente muy importante de innovación. También trabajamos con inteligencia artificial en estado del arte y trabajamos como un laboratorio de pruebas para hacer cosas nuevas de verdad.

Siempre te han interesado disciplinas muy distintas. ¿Cómo viviste que te dijeran que tenías que centrarte solo en una? ¿En qué momento sentiste que esa forma de ser era, en realidad, una fortaleza?
Durante mucho tiempo me decían que tenía que elegir: o eras de ciencias o de letras, o eras deportista o eras “de pensar”, o te centrabas en un camino o ibas a estar dispersa. Y yo, la verdad, nunca encajé del todo en esa idea. Siempre me interesaron muchas cosas: la tecnología, la creatividad, el deporte, la filosofía… y me costaba entender por qué tenía que renunciar a una parte de mí para poder avanzar.
Al principio lo viví como un conflicto, porque parecía que tener curiosidad por todo era un problema. Pero con el tiempo, y sobre todo cuando empecé a liderar proyectos, me di cuenta de que esa mezcla era justo lo que me daba una ventaja: podía moverme entre mundos distintos, conectar ideas que a veces nadie había cruzado, y entender a perfiles muy diversos.
Creo que ese fue el punto de inflexión: cuando dejé de intentar encajar en una casilla y empecé a construir desde lo que realmente era. Y hoy, en Saturno Labs, esa forma de mirar lo diverso es parte de nuestro ADN. Porque para innovar de verdad, necesitas romper fronteras entre disciplinas, no reforzarlas.
El ‘Proyecto Lulú’ utiliza audios inmersivos para mejorar la experiencia hospitalaria. ¿Qué te emociona más de este tipo de desarrollos donde la tecnología abraza lo humano?
Lo que más me emociona del Proyecto Lulú es ver cómo la tecnología, cuando se usa con sensibilidad, puede transformar por completo una experiencia humana tan dura como estar ingresado en un hospital. A veces pensamos en la innovación como algo frío o muy técnico, pero en este caso es justo lo contrario: es una tecnología que abraza, que acompaña, que cuida.
Lulú utiliza sonido inmersivo en 3D para crear pequeños viajes sensoriales: el mar, un bosque, una tarde en el campo… Y lo que ocurre es que, durante unos minutos, el hospital desaparece. La gente cierra los ojos y se traslada. Y en un entorno donde todo gira en torno a pruebas, tratamientos y rutinas médicas, ofrecer ese momento de desconexión, de paz, de “respiro”, tiene un valor enorme. No cambia el que tu tengas una enfermedad, pero cambia cómo se vive.
Me emociona ver cómo reaccionan los pacientes. Hay personas mayores que nos dicen que les recuerda a cuando iban al pueblo, pacientes que sonríen en medio de procesos muy difíciles, profesionales sanitarios que agradecen tener algo tan humano dentro de un entorno tan técnico. Y todo eso lo conseguimos con tecnología bien pensada, con propósito, y sin artificios.
Para mí, ese es el corazón de lo que intentamos hacer en Saturno Labs: demostrar que la tecnología no tiene por qué deshumanizar. Al contrario, cuando se hace con empatía, puede ser una de las herramientas más potentes para cuidar de los demás. Y Lulú es un ejemplo muy bonito de eso.
Has dicho que necesitamos más diversidad en los equipos que diseñan el futuro. ¿Qué papel juega la mirada femenina en la construcción de una inteligencia artificial más justa y ética?
Es fundamental, y no lo digo por quedar bien. Cuando solo tienes una perspectiva diseñando sistemas que van a afectar a millones de personas, es inevitable que reproduzcas sesgos. La mirada femenina aporta sensibilidad hacia aspectos que a veces se pasan por alto: la seguridad, la inclusión, el impacto en cuidadores…
Por ejemplo, cuando desarrollamos el asistente para personas mayores, las mujeres del equipo se fijaron en cosas como la interfaz para los familiares que cuidan a distancia, o en cómo hacer que el sistema detectara situaciones de vulnerabilidad emocional. Son detalles que marcan la diferencia entre una tecnología funcional y una tecnología realmente útil.

Lanzaste una app para que las mujeres pudieran correr juntas de forma segura. ¿Qué aprendiste de esa comunidad y qué te enseñó sobre el poder de la tecnología con propósito?
Ese proyecto fue muy especial porque nació de una necesidad muy real y compartida por muchísimas mujeres, sobre todo en países de Latinoamérica, pero también en otras partes del mundo: la falta de seguridad para hacer algo tan simple como salir a correr. Muchas mujeres evitan ciertos horarios, rutas o incluso dejan de hacer ejercicio al aire libre por miedo a sentirse expuestas o inseguras. No es un tema puntual, es algo estructural.
La app que lanzamos en su día buscaba precisamente eso: conectar a mujeres que quisieran correr juntas, sentirse acompañadas y crear comunidad. Y lo que pasó fue muy potente. Enseguida se empezó a formar una red de apoyo entre desconocidas que, a través de la tecnología, compartían rutas, horarios, mensajes de ánimo… y también muchas historias personales. Era mucho más que una herramienta: era un espacio de conexión.
Ese proyecto me reafirmó en una idea que tengo muy clara desde hace tiempo: cuando la tecnología tiene propósito y está diseñada desde la empatía, puede generar un impacto muy real en el día a día de las personas. A veces no hace falta inventar la próxima revolución: basta con resolver bien un problema concreto, escuchar a quienes lo viven y construir con ellas. Ahí es donde la tecnología de verdad cobra sentido.
¿Qué ha sido lo más difícil de emprender en un campo tan exigente como la IA, y qué te ha dado fuerzas para seguir adelante cuando las cosas se ponían cuesta arriba?
Lo más difícil de emprender en un campo como la inteligencia artificial ha sido, sin duda, abrir camino sin tener un mapa claro. Es un sector que cambia constantemente, con una velocidad enorme, y donde muchas veces tienes que tomar decisiones importantes sin toda la información que te gustaría tener. A eso se suma que, siendo mujer joven en un entorno muy técnico, al principio cuesta más que te escuchen con la misma legitimidad.
También hay una parte muy exigente en términos de ética y responsabilidad. Cuando trabajas con IA, no vale solo con que funcione: tienes que preguntarte todo el tiempo para qué sirve, a quién impacta, qué consecuencias puede tener a medio plazo… Y eso, aunque es apasionante, también pesa.
Lo que me ha dado fuerzas para seguir ha sido, sobre todo, creer en el propósito de lo que hacemos. Saber que detrás de cada línea de código hay una persona que lo va a usar. Pensar en los pacientes con cáncer que encuentran un momento de calma gracias a la tecnología, en las personas mayores que viven solas y se sienten un poco más acompañadas, en jóvenes que atraviesan problemas de salud mental o adicciones y que reciben apoyo sin juicios, en personas con discapacidad que por fin pueden acceder a servicios con mayor autonomía… Esos pequeños impactos reales son los que hacen que todo el esfuerzo valga la pena.
Y luego, claro, el equipo. Emprender sola es muy duro. Pero cuando trabajas con gente que comparte valores, visión y ganas de mejorar el mundo, hasta las cuestas se suben de otra manera.
Eres la primera mujer en ganar el Premio Nacional de Innovación en la categoría Joven Talento. ¿Qué te gustaría que cambiara en el mundo de la ciencia y la tecnología a partir de este reconocimiento?
Ser la primera mujer en recibir el Premio Nacional de Innovación en la categoría de Joven Talento ha sido un honor enorme, y también una muestra de que las cosas están avanzando. Este tipo de reconocimientos ayudan a poner en valor no solo una trayectoria individual, sino también formas diferentes de entender y aplicar la innovación.
En mi caso, uno de los aspectos que se destacaron fue precisamente la transversalidad: la capacidad de conectar ciencia, ingeniería y negocio para que los proyectos no se queden solo en una idea brillante o en una prueba de concepto, sino que se desplieguen en entornos reales y generen impacto. A veces se piensa que en ciencia solo encajan perfiles súper técnicos, pero lo cierto es que también se necesitan visiones más completas, que sepan traducir ese conocimiento en soluciones útiles para la sociedad.
Y otra cosa que he aprendido este año es que visibilizar lo que hacemos también es parte del trabajo. No por protagonismo, sino porque puede servir para mostrar que hay otras formas posibles de innovar, incluso en sectores muy tradicionales. Que se puede hacer investigación rigurosa, publicar, experimentar, pero también crear un laboratorio real donde las cosas pasen de verdad.
Si este premio sirve para que alguien —no solo niñas o mujeres, sino cualquier persona con inquietud— vea que es posible hacer las cosas de otra manera, con propósito, con impacto y desde un enfoque diferente… entonces tiene aún más sentido.

¿Qué importancia crees que tiene rodearse de referentes femeninos y cómo intentas tú serlo ahora para las demás?
Creo que tener referentes femeninos es fundamental, sobre todo en sectores como la ciencia y la tecnología, donde durante mucho tiempo las mujeres hemos estado invisibilizadas. No se trata solo de inspiración, sino de representación real: ver a alguien que se parece a ti, que ha recorrido un camino similar y que demuestra que es posible, cambia totalmente tu manera de pensar sobre lo que tú misma puedes lograr.
A mí me habría encantado tener más modelos femeninos cercanos cuando empezaba. Por eso ahora intento estar disponible, contar las cosas como son —con lo bueno y lo difícil— y demostrar que se puede llegar lejos sin renunciar a ser una misma. No me interesa dar discursos vacíos ni posar como “mujer que le ha ido bien”, sino compartir desde la experiencia, apoyar cuando hace falta y abrir camino para que otras lo recorran más fácil.
Al final, se trata de generar una cadena: si tú has tenido oportunidades, la responsabilidad es crearlas también para las que vienen detrás. Y eso no solo pasa por estar en la foto, sino por estar en las conversaciones importantes, por recomendar a otras, por construir equipos diversos y por no callarse cuando hay que señalar lo que no funciona.
Imagina que una niña te dice que tiene dudas sobre si será capaz de estudiar ciencia o ingeniería. ¿Qué le dirías para animarla? ¿Qué palabras te habrían ayudado a ti cuando empezabas?
Le diría que sí, que por supuesto puede hacerlo, pero también que tiene que saber a lo que va. Que las carreras de ciencia e ingeniería son exigentes, que va a tener que trabajar duro, que habrá momentos de frustración y de no entender nada, y que no siempre va a ser fácil. No es un camino rápido ni cómodo, pero si realmente le gusta y está dispuesta a esforzarse, merece muchísimo la pena.
Porque todo ese esfuerzo luego se transforma en oportunidades reales: en un campo con muchísima demanda, con salidas profesionales muy potentes, y con la posibilidad de construir cosas que tienen impacto en la vida de las personas. Estamos viviendo un momento único en el mundo de la tecnología, y quien esté bien preparada, va a poder aprovecharlo.
También le diría que no se deje frenar por estereotipos. Que hay muchas maneras de ser científica o ingeniera, y que no tiene que parecerse a nadie en concreto para hacerlo bien. Solo necesitas tener curiosidad, compromiso y ganas de aprender. Y que si un día duda —porque dudar es normal—, recuerde que muchas lo hemos sentido, y aquí estamos. Que no va sola.